QUERIDA LECTORA,
QUERIDA AMIGA,
Gracias por tu respuesta en la carta anterior. Ha sido precioso que haya habido réplica, retorno, diálogo. No esperábamos tanto.
Empiezo a escribir esta carta desde la playa después de un mes soñando con el día en que volvería a poder sumergir mi cuerpo en agua sin peligro de que las heridas se abriesen generosas.
Hoy hace un mes de mi última operación, un mes en cama adoleciendo con mucho, mucho calor. Este es el tercer verano consecutivo que paso por quirófano, el sexto mes de julio que paso convaleciente.
Qué alivio el agua del mar para los tejidos, disolviendo el tiempo en uno único, situado siempre en el cuerpo.
Si sobre algo me he especializado en los últimos años, es sobre el descanso, cabe decir que a la fuerza.
A los 23 años me encontraba trabajando en un piso franco en el Raval haciendo empanadillas. Cuando las terminaba, las llevaba a vender a la boquería, todo a un ritmo frenético y vigilando de no pisar al hurón de la dueña que paseaba por la cocina mientras tanto. Cobraba 6€ la hora.
Estudiaba Arteterapia, hacía horas extra en un restaurante y vivía en una okupa junto a 29 personas más mientras todo mi dinero se iba en pagarme la comida y los estudios. Tenía el cortisol por las nubes, recurrentes ataques de pánico, trastorno por estrés postraumático, tenía un móvil de los antiguos, no tenía portátil, vivía en un tiempo extraño para mi edad. No por elección, sino porque no me daba el dinero para acceder a tales juguetes tecnológicos. Durante ese tiempo iba a dos o tres asambleas a la semana, recaudaba dinero para causas sociales e intentaba estar en todas las movilizaciones y manifestaciones que podía.
Llevaba ya demasiados años corriendo a contrarreloj, sosteniendo una herencia inmaterial pero sólida: La de no tener tiempo para la vida, ostentar sólo la supervivencia. En la rueda del hámster.
Con un sistema nervioso completamente desregulado y un desajuste bioquímico importante, mis relaciones y mi forma de percibir la vida eran un infierno, no había lugar de descanso.
Yo me decía “politizada”. Siempre preocupada por el mundo, preocupada por mi familia, por lograr pagarme los estudios, por gustar a alguna chica guapa y lista que deseara darme la mano, por tener amigas, muy preocupada siempre, como punto de partida.
Pocas cosas hay tan obedientes al poder -externo- como afianzar la preocupación como estado natural, como vivir dominadas por el miedo y por la prisa. ¿Qué tan “politizada” puede estar alguien cuando el miedo rige su vida?
Cuando nuestros sistemas nerviosos llegan a ciertos estados de desregulación crónica y entramos en colapso, no podemos pensar bien ni tomar buenas decisiones, esto es muy importante no olvidarlo nunca.
Ahora veo que en realidad, que tan sólo necesitaba descansar, pero aún no sabía muy bien qué quería decir eso.
Es entonces cuando llega el titular, el giro de guión. Cáncer de mama.
Vas a dormir mucho. Vas a observar mucho. Llegará un día en el que no podrás hablar casi pero lo oirás todo. Llegará un día en que te parecerá suficiente estar presente, sonreirás. Al poco de curarte, el mundo enfermará con una pandemia, extrañamente te sentirás comprendida y como en un tiempo acompasado con el mundo.
Como te decía querida amiga, en contra de mi voluntad, aprendí sobre descanso, convalecencia, sus matices, sus límites, sus recovecos…lo necesario de estos procesos para el mantenimiento de la vida.
Enfermar en sí no es descansar, de hecho enfermar cansa mucho.
Imagino siempre el descanso y la convalecencia como dos caras de una misma luna. Para vivir bien hay que aprender a descansar, de lo contrario, tarde o temprano enfermaremos. Para enfermar bien hay que aprender a convalecer, de lo contrario sufriremos.
Nuestra falta de descanso no es un capricho ni un desliz neurótico (únicamente). Vivimos en una sociedad que glorifica la productividad y el rendimiento, convirtiéndonos en mera mano de obra. El descanso, en este marco, no es considerado una necesidad fundamental, sino un lujo o una recompensa después de períodos de intensa actividad de producción.
Así es como, llegando al límite, extenuadas, a punto de brotarnos de algún modo, decimos: Necesito descansar, necesito unas vacaciones, no me da la vida, estoy muerta.
¡Maldita sea!
Desentrañemos con inteligencia lo que ocurre tras estas frases hechas:
No estamos muertas, la vida sí nos da para vivir. Lo que no nos da es para vivir cómo creemos que “debemos” vivirla. Midiendola por el éxito-fracaso o directamente sin poder vivirla porque estamos en modo supervivencia notengoparacomer
Como señala el filósofo Byung-Chul Han en su obra La sociedad del cansancio, el imperativo de la productividad nos conduce a una autoexplotación que termina por agotar nuestra capacidad vital y emocional. Y no hay nada que rinda más que una masa humana agotada, sometida al miedo y sin tiempo para generar pensamiento crítico.
La intersección entre economía y salud es algo que lleva tiempo estudiándose pero no ha llegado a ser un tema popular en nuestras conversaciones de sobremesa ni mucho menos ha tenido el calado necesario para que nos demos cuenta de que muchos de nuestros problemas de salud tienen su origen en la falta de recursos para nuestra subsistencia. Y ojo que hablo de recursos, no de ingresos.
La falta de recursos tales como casas, un entorno que nos cuide, capital cultural, capital social, etc. se traduce en menos dinero y menos “poder” y esto en menos tiempo para vivir, ya que todos nuestros recursos están destinados a la supervivencia inmediata.
Este escenario es concebido como una “amenaza” por nuestro organismo, activando así los protocolos fisiológicos de supervivencia de nuestro sistema nervioso con respuestas de lucha o huida.
ImaginaqA cómo sería vivir corriendo escapando de un león de lunes a viernes durante 40 horas semanales con descansos de fin de semana… Terminaríamos muertas por agotamiento.
Pero no nos confundamos, se puede vivir sin escapar de un león, no todo el mundo está corriendo asustadx, el asunto es ¿qué hace un león persiguiéndonos?
Cuando no Vivimos y solo sobrevivimos acabamos con un sistema nervioso desregulado y un cóctel bioquímico venenoso.
El sistema nervioso responde al estrés mediante una serie de mecanismos adaptativos que buscan mantener la homeostasis. En situaciones de estrés agudo, se activa el sistema nervioso autónomo y se liberan hormonas como el cortisol, la noradrenalina y la adrenalina, preparando al cuerpo para una "respuesta de lucha". Este sería el ejemplo de escapar de un león, un día de forma puntual. Por eso no podemos decir que el estrés es malo.
Pero en el caso del estrés crónico, la respuesta adaptativa falla y se mantienen elevados los niveles de cortisol, ACTH (Hormona adrenocorticotrópica) y CRF (Factor liberador de corticotropina) así como altos niveles de serotonina, noradrenalina y dopamina.
Este es el cocktail bioquímico que promete vivir en situaciones de estrés crónico.
Desde pequeñas, se nos enseña a valorar la eficiencia y el rendimiento por encima de un estado de relajación.
Aunque muchas personas se ven forzadas a trabajar por encima de sus posibilidades fisiológicas y mentales por su supervivencia inmediata o de sus familiares, la mayoría, sin encontrarnos en esta encrucijada, trabajamos más de lo que podemos soportar, preocupadas por perder nuestros empleos o no ser exitosas. De hecho, este es uno de los motivos por los que más personas acusan de ansiedad generalizada en terapia.
Para superar la trampa de la productividad, debemos reevaluar nuestras prioridades. El descanso no puede ser un lujo, sino una necesidad fundamental integrada en nuestra cotidianidad. Al reconocer esto, podemos transformarnos en una sociedad que valore el bienestar de los seres que coexisitmos tanto como la productividad que supuestamente sirve a ese bienestar.
El descanso es más que una simple pausa entre períodos de actividad. Es un componente esencial de una vida que se Vive. En ese sentido, acompasar nuestros ritmos con la naturaleza más que con las urbes es una muy buena referencia para ir integrando la posibilidad de descansar en lo suficiente así como en lo deseable. Necesitamos más tiempo para descansar, para desconectarnos del frenesí de la productividad y reconectarnos con nuestros cuerpos, emociones y entorno.
Todo este saber que un día fue ancestral y descansa en nuestro cerebro reptiliano, por ahora sigue en la academia y extrañamente no termina de hacerse accesible para el resto de mortales. Quizás este sea uno de los propósitos encubiertos de Casa Faro. Más allá de dar terapias y hacer el trabajo individualizado, poder ir abriendo y bajando a la calle estos debates y saberes desde un lenguaje accesible y sencillo. Porque creemos que hay cuestiones estructurales que sólo podemos abordar de forma colectiva.
Un secreto que cuento poco es que tengo tatuado bajo un cachete del culo: “mucha calle”, me lo tatué hace mucho años haciendo honor a mi barrio, a las horas en la calle, al orgullo de clase. Honestamente, estoy cansada de la calle y de su romantización… No es una experiencia fácil ni deseable.
Quiero una casa para vivir descansando en lo suficiente, para abrir las puertas a quienes necesitan descanso, para abrir el diafragma y sonreír, para doler cuando es imperativo hacerlo, para vivir. Entiendo la casa como un espacio seguro. Mi cuerpo, mi sistema nervioso son mi verdadero hogar.
Empecemos por segurizar nuestros cuerpos, para ello, necesitamos descansar, un descanso no como premio, si no como un hábito integrado en nuestras vidas.
Querida amicha, querida amiga, emocionada de esta apertura sobre un tema tan central en mi vida y en mi trabajo con alegría de recibirte, leo tu respuesta durante este mes de Agosto descansando en la experiencia de existir un verano más.
Nos vemos en septiembre , con la voluntad de que el descanso no quede en una anécdota vacacionalsi no que se convierta en un espacio sagrado y respetado en nuestras vidas.
Itziar
Este artículo ha sido escrito Itziar Torres y editado por Ana G. Cabello en Julio del 2024.
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