QUERIDA LECTORA,
QUERIDA AMIGA,
Es curioso escribir sobre lentitud, descanso y productividad con una fecha límite, teniendo que priorizar esta tarea frente a actividades más placenteras como tomar una siesta o pasear con Vida, "nuestro" perro.
Pienso en la lentitud como privilegio, el de disponer de tiempo que usamos para algo más que la supervivencia inmediata. ¿Pueda ser quizás una decisión? La que toman aquellas que tienen lo necesario vivir y no ansían más que eso.
Vivir la vida sin correr de aquí para allá bailando al son del caching caching es un horizonte del cual no aparto mi vista. A su vez, aspiro a vivir con más holgura que lo que lo suficiente promete.
Cuando imagino, pienso en todo lo que haría o no haría si viviera al ritmo que mi cuerpo me pide. Imagino conversaciones interesantes con amigos, periodos creativos con personas artísticas y largos espacios de no hacer nada, para simplemente ser y observar quién soy sin las presiones de falsas necesidades constantes y objetivos pendientes.
Me doy cuenta que cuando pensamos en un ideal, surgen sus opuestos integrados en nuestras acciones y pensamientos. Por ejemplo, deseo vivir más despacio pero no dejo de llenar mi agenda con compromisos que luego lamento. Quiero tener periodos de inactividad para observar, pero me entusiasmo desmesuradamente con cada posible proyecto y acabo por involucrarme en más de lo que puedo manejar.
Me importa la precisión del lenguaje. Pienso que podríamos ahorrarnos muchos desencuentros si puliésemos el uso de esta herramienta. Y eso me lleva a reflexionar que mi concepto de "lentitud" puede ser diferente al tuyo, ya que nuestros cuerpos viven realidades distintas. Tal vez sea más acertado hablar de nuestro propio ritmo. Y aquí lanzo algunas preguntas que me he hecho para reflexionar juntas: ¿Cuál es mi ritmo propio? ¿En comparación a qué es lento o rápido? ¿Lo respeto? ¿Cómo se si mi ritmo es realmente mío y no un resultado de condicionamientos externos? ¿Existen en mi distintos ritmos? ¿Son siempre los mismos?
Reflexionar requiere precisamente de eso, tiempo. El proceso reflexivo requiere masticación, rumiación, - como las vacas y sus siete estómagos trabajando en un tiempo propio- escupir, añadir, quitar y, en algún momento hacer el proceso de deglución, el cual se nos antoja distinto al de tragar.
Contradecir nuestro ritmo propio perjudica nuestro bienestar físico y mental, mientras que ser coherente con él lo mejora. Para seguir nuestro ritmo, debemos conocerlo mediante una observación cuidadosa, y en ese sentido nuestro cuerpo es un gran maestro. Observa tu cuerpo, ¿se eriza tu vello demasiado lento? ¿tu corazón bombea demasiado rápido? Observa si las respuestas son en base a tu experiencia o a lo que nos han dicho que debe ser. Nuestros sistemas nerviosos son únicos, nuestros cuerpos tienen ritmos propios como todo en la naturaleza.
Según el budismo, la felicidad genuina proviene de comprender la realidad tal como es, sin aditivos ni edulcorantes. Sin disminuciones ni procesos de desnatado. Pero una mente ansiosa por soluciones rápidas no puede comprender lo que no se detiene a observar.
En Casa Faro no creemos en fórmulas mágicas ni soluciones milagrosas, aunque nos encantaría que existieran. Sabemos que son fantasías que solo alimentan nuestra ansiedad. Apostamos por procesos cuidados y espaciosos donde puedan habitar todas nuestras realidades - tanto las que nos gustan como las que no - para así entenderlas y transformarlas en vez de negarlas o concebirnos víctimas de ellas. La observación, aunque poco productiva en términos de mercado, produce conocimiento de una misma y de la realidad presente, lo cual, en muchas tradiciones espirituales se le llama sabiduría.
El conocimiento - ya sea acertado o no - es el motor de nuestro actuar. Toda decisión se basa en nuestra comprensión de la realidad. Cuando esta comprensión está contaminada por la desinformación, los intereses ajenos y nuestra propia visión distorsionada, ¿qué tipo de resultados podemos esperar de ella? Las acciones en oposición a la verdad traen sufrimiento y las que están alineadas con la verdad, bienestar.
La verdad solo se descubre en un estado de observación y, aunque podemos ser guiadas por terapeutas, maestras o amigas, finalmente tendremos que realizar el recorrido nosotras mismas.
La observación es un arte en peligro de extinción. Vamos demasiado rápido para practicarla. Quizás ya ni queramos hacerlo porque no promete un chute de dopamina como el de ver un un like en forma de corazoncito rojo.
La observación requiere de espacio -no lleno- por el torrente de estímulos externos. La observación nos pide pausar y dirigir la atención a lo que es en este mismo instante en mi. ¿Pero quién quiere verse hoy en día? Es decir, ¿Quien quiere verse sin filtros y fuera de esa imagen estática donde esbozamos un sonrisa (o una mueca de lamento) para agradar a la mirada externa para un instante después volver a sentir el vacío de quien basa su felicidad en lo superficial? Poca gente diría yo.
Observar es conectar. ¿Con qué? Con aquello donde poso mi atención. Si elijo dirigir la mirada hacia mi misma, conecto conmigo. Con lo que siento. Con lo que pienso. Qué desagradable es eso a veces. Quizás por eso huyamos de la observación propia como huye el perrito Vida de su baño mensual. Con toda su fuerza.
Por eso, ralentizar también debe ser un proceso, acompañado y cuidadoso con nuestros sistemas nerviosos condicionados durante toda una vida con estrés y prisa, la mejor herramienta: auto-compasión. Hay muchas maneras de ayudarnos a ir más despacio y descansar: terapia, meditación, naturaleza, crear, desconexión de las redes y vínculos significativos, entre otras muchas cosas, lo importante siempre será el cómo más que el qué. Tendremos que experimentar para encontrar lo que mejor nos funcione y comprometernos con nuestro propio ritmo, y ahí radica el éxito de todo intento: EL COMPROMISO con mi ritmo antes que con el que el mundo nos “impone”.
Finalmente, escribir esta carta ha sido más agradable de lo que imaginaba y a un ritmo más lento que al que había marcado en mi mente, saltándonos el deadline pero disfrutando del proceso, llegamos a ti. Gracias por leernos.
En Casa Faro nos rompemos la cabeza por intentar transmitir esto en nuestros acompañamientos y que realmente sirvan como procesos profundos y nutritivos y no lugares “cool” de paso ni infladores de egos. Aquí venimos a rompernos y a brillar, no a que nadie nos aplauda por cualquiera de ambas cosas.
Este es nuestro reto en tiempos de prisa, consumo e incluso en el mundo del autoconocimiento y salud mental, lidiamos con mantenernos honestas con nuestros valores aunque signifique estar menos presentes en redes o atender a menos personas en consulta.
¿Te pasa esto a ti? Si escuchando esto te has sentido de alguna manera interpelada y deseas compartirnos tu pensar, nos encantará leerte. De hecho parte del propósito de abrirnos en estas cartas es para sentirnos conectadas con las personas que formáis parte de Casa Faro aunque sea desde lejos y crear una comunidad donde cuestionar la realidad para encontrar maneras más armoniosas de co-existir, no solo sea tolerado, sino acogido con amor.
Un cariñoso abrazo,
Ana
Este artículo ha sido escrito por Ana G. Cabello y editado por Itziar Torres en Junio del 2024.
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